dissabte, 23 de juliol del 2011

Lo que querían era comer y largarse


Joaquín Cuevas los había citado en la carretera a las siete de la tarde. Él serviría de guía hasta la casa cercana a Vallibona donde los padres de su alumno vivían. Se le veía contento y nervioso, como si aquel corto viaje fuera en realidad una excursión campestre. Durante el trayecto no paró de charlar, dándoles detalles sobre lo muy buena gente que eran los miembros de aquella familia y aventurando cuáles serían los resultados de la entrevista con ellos.
El cuadro que vieron al llegar no les resultó novedoso. Una mujer de mediana edad con tres chavales, todos ellos mirándolos con los ojos fijos. Cuevas, voluntarioso, representó su papel de enlace a la perfección. Los presentó, intentó tranquilizar a todo el mundo y fue él mismo quien comenzó a preguntar.
- Venga, Mercedes, cuénteles a estos señores lo que pasó cuando estaba usted visitando el mas de Herbers.
La mujer no se veía asustada porque debía de haber sido convenientemente instruida por Cuevas. Asintió, despachó a los niños en un gesto de prudencia, y los invitó a pasar a la estancia principal de la masía. Allí había preparado unos vasos, vino dulce y una bandeja de pastissets. El marido la siguió sin abrir boca. Tanto Infante como Nourissier se fijaron en la deferencia que los dos masoveros mostraban de cara al maestro. Cuando habían cumplido con todos los pasos previos que dictaba la hospitalidad, el marido comenzó a relatar lo que había visto en el mas de Herbers un día de noviembre.
- Entraron cuando ya se estaba haciendo la noche. Yo había ido a pasar el día con mi amigo Manuel. Le había llevado unas semillas de tomate muy buenas que él me pidió. Su mujer preparaba la cena cuando oímos voces fuera de la casa. Eran los dos maquis de los que ustedes quieren saber.
- Quieren saber sobre todo de La Pastora, espero que lo recuerdes, La Pastora es lo más importante para estos señores -le interrumpió Joaquín. El hombre cabeceó afirmativamente y prosiguió.
- Fue la Guardia Civil quien nos dijo después que era la Pastora, pero allí fue vestida de hombre y con el pelo cortado como un hombre. Llevaba unos pantalones del color de los que llevan los soldados, calcetines blancos, sandalias y boina. El otro se había vestido con un traje de pana todo negro y alpargatas. La ropa de los dos se veía vieja pero no sucia. Nos llevamos un susto muy grande porque tenían armas.
- ¿Diría usted que estaban muy cansados, hambrientos? -preguntó Nourissier.
- Sí, y para el frío que hacía iban muy desabrigados. Hubiera dado pena verlos si no hubiera sido porque eran mala gente. Muy delgados también estaban, y lo primero que pidieron fue comida. A la mujer de Manuel le dijeron que les preparara dos tortillas de patata. Mientras ella las hacía, el que no era La Pastora se fue con mi amigo Manuel a dar una vuelta por la casa. La Pastora nos apuntaba todo el rato con un rifle. Daba miedo porque no hablaba, solo nos miraba de vez en cuando con unos ojos que eran como si te dejara en cueros.
- ¿Le pareció que estaba asustada o a lo mejor incluso un poco desesperada? -intervino de nuevo el psiquiatra.
El masovero se encogió de hombros, hizo ademán de no saber. El maestro quiso ayudarle.
- El señor quiere decir si la vio usted como si ya no pudiera más, como si ya no tuviera ninguna esperanza en la vida.
- No le sé decir; tenía una escopeta y estaba alerta de dos cosas a la vez: vigilaba que nosotros no nos moviéramos y que no llegara nadie a la masía. Nerviosa no estaba, eso no. Al cabo de una hora más o menos ya tenían en medio de la cocina lo que querían llevar. Me acuerdo de que habían cogido ropa: un mono de trabajo, un traje de pana... También comida: panes, jamón, una bota de vino... ¡Ah!, y todas las cajas de cerillas que había en la casa.
- ¿No querían dinero?
- No, del dinero no hablaron. A Manuel le extrañó mucho; pero a lo mejor ellos ya se dieron cuenta de que la masía era pobre. Lo que sí pidieron fue una escopeta, y no se creían que mi amigo no la tuviera. Allí sí que hubo un momento que yo pensé que se iba a liar, pero no pasó nada. Para mí que si ya llevaban tantos años en el monte como dijeron los guardias, no estaban para muchas historias y lo que querían era comer y largarse.

Giménez Alicia (2011): Donde nadie te encuentre, Editorial Destino, 423-425.


Más información:
El Cultural
Las Notas de Bigas
Museo Virtual del Maestrazgo
VÍDEO: Els maquis a Catalunya

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